Nunca una novela me costó tanto esfuerzo, me llevó tanto tiempo.
Un puerto la esperaba, ¿pero dónde? ¿Y cómo, con qué trazos?
El vasto mar como la vasta pampa.
La imaginación no conoce límites. Pero cada obra, cada fruto de la imaginación los tiene y se impone encontrarlos.
Siete años tardé en completar El Mañana (novela-barco) y la navegación se me complicó en extremo, sus aguas se me hacían por demás turbulentas. Debí arreglármelas sin mapas ni cartas de navegación. Así es como me gusta crear, sólo así sé hacerlo, pero cada tanto me topaba con canales obturados, derroteros que no hacían a la verdad profunda de la trama.
Tras husmear con asombro en mis archivos me lanzo al rescate de diversas señalizaciones engañosas, escollos sorteados, sugerentes atolones que no lograron su lugar en la novela. Los dejo consignados aquí como una hoja de ruta desquiciada. Una carta de navegación hecha de descartes.